miércoles, 22 de octubre de 2014

Perder el control

La letal celebración del joven jugador indio Peter Biaksangzuala, tras marcar un gol que significó el empate de su equipo, parece ser una prueba fehaciente, una más, de que los seres humanos, por mucho control que creamos tener,  no estamos exentos de algún exceso, de alguna acción desmedida, y cualquier cosa puede pasar.

Tras depositar el balón en la red, Biaksangzuala corrió eufórico hacia un costado del área grande y se propuso unas acrobáticas volteretas, con la mala fortuna de que cayó mal, se rompió el cuello y murió.

Con esa misma lógica donde ciertas rarezas, como la del jugador indio, aparecen en medio de narrativas totalmente coherentes, pues es poco común no dejarse poseer por el júbilo durante la celebración de un gol, se proyecta en los cines del país ‘Relatos salvajes’, película argentina dirigida por Damián Szifrón, en la que personajes ordinarios, sin ninguna pretensión distinta a mostrar sentimientos primitivamente humanos, pierden el control hasta coquetear con la muerte y en algunos casos conquistarla.

Se trata de seis historias, no entrelazadas, o mejor, de seis cortometrajes en una misma cinta, en la que el odio, la intolerancia, la infidelidad, y hasta los abusos de un sistema estatal ineficiente y descuidado, se convierten en detonantes de pasiones cargadas de comedia, tragedia, muerte y hasta escatológicas. Humor negro al alcance de los sentidos.

Los relatos de Szifrón ponen al espectador a esculcarse en sus propias pasiones, en sus tensiones ante las tentaciones y en la forma de sortear tales sentimientos. Y es que, ¿quien no ha sentido alguna vez un odio por culpa de un energúmeno conductor?. ¿No se ve todos los días en la calle alguien más energúmeno que aquel, que se baja de su carro a arreglar con cruceta o a puñetazos el saldo que quedó por las palabras que unas cuantas cuadras atrás le habrían de recordar a la madre? ¿Acaso alguien no se ha sentido vulnerado y abusado y con ganas de mandar a la mierda al resto del mundo por un sistema que le dice: ‘primero pague, después reclame, pero su reclamo hay que mirarlo bien para ver si es aceptado por el comité’? En este último caso, el personaje, inserto en un matrimonio desbarajustado, termina en un penal bautizado como ‘el ingeniero bombita’… Y a buena hora es nadie más ni nadie menos que Ricardo Darín (Héctor Sosa en ‘Carancho’ o Benjamín Espósito en ‘El secreto de sus ojos’).

Circunstancias como estas pueden convertir a personas ordinarias en seres humanos dispuestos a matar, como única salida para 'corregir las distorsiones' del sistema. Un entorno que en un brevísimo instante advierten imperfecto. A la manera de William Foster (Michael Douglas) en ‘Un día de furia’, quien tras perder su empleo (él reflexiona después haber hecho lo correcto y dice: ‘el empleo me perdió a mí), exige en un restaurante de comidas rápidas una hamburguesa tan grande, apetitosa y bien presentada como la que está en el mostrador, con metralleta Uzi en mano. Otra pérdida de control ante un sistema -en este caso de venta de hamburguesas- que considera estúpido a un consumidor cargado de estrés y repleto de problemas.




La parafernalia puesta en marcha para la celebración de una boda hace parte de uno de los componentes que acreditan la veracidad del –inesperado- final del último relato salvaje. Es el ‘cuento’ de una pareja de recién casados, cuyas infidelidades expuestas el mismo día del pomposo casamiento desatan una tormenta agradablemente tensionante. El esposo que invita a la fiesta matrimonial a su amante, y su nueva esposa que, tras desenmascararlo, decide huir hasta la terraza del lugar de la recepción del evento, donde termina poseída por un modesto cocinero del equipo de atención de los invitados (ahora frente a los ojos de su marido), hacen de la celebración una truculenta y dramática fiesta en la que –con la complicidad del espectador- parecen querer asomarse el asesinato, el suicidio y la desdicha familiar con señales de infarto. Al final, tanto esfuerzo (la parafernalia para la realización de la boda) y tanta ‘cartas destapadas’ sobre la mesa no hacían que valiera la pena a la nueva pareja trenzarse en una guerra. Y así, a los ojos de los estupefactos invitados, chispeados algunos de sangre, marido y mujer, ya entrados en gastos porque no tienen nada que ocultar, prefieren mejor devorarse intensamente en público, con el control por el piso como el mismísimo pastel de la boda.


3’ de adición: Dios nos libre de perder con ellas el control. De perder el control remoto del televisor.

lunes, 13 de octubre de 2014

Dudas

Ya se sabe, desde hace rato, que Millonarios no tiene una nómina competitiva. Pero además de eso, la actuación el sábado pasado contra el Deportivo Independiente Medellín en El Campín deja muchísimas dudas no solo sobre la claridad que pueda tener Ricardo Lunari en la concepción y manejo de una defensa de tres, sino también sobre la capacidad que pueda tener como director técnico.

En efecto, la manera como paró al equipo, pero sobre todo la falta de reacción ante una inexistente lectura del juego, parecen ser un indicio más, mirando su labor de estratega en otros equipos, que lo suyo no es la dirección técnica.

“Creo que a Lunari se le fueron las luces en el armado inicial del equipo”, me dijo un amigo con el que habitualmente comentamos los partidos de Millonarios vía chat.

Le respondí que no solo tenía la misma opinión, pero además que eso no era ningún pecado. Que el verdadero problema era no haber tenido la capacidad, ante hechos muy notorios, de reaccionar sobre la marcha en el primer tramo del juego. Mejor dicho, Lunari sacó el carro del garaje con una llanta bajita. (No se dio cuenta. Esas cosas pasan). A las pocas cuadras se pinchó, y en vez de reaccionar y poner la de repuesto, siguió derecho y confiado al montallantas. Allá llegó en cuatro rines.

Por supuesto que si se pone al defensa a hacer goles y al delantero a recuperar balones en la mitad, va a ser más fácil perder. Pero ningún director técnico, de cualquier deporte de conjunto y de cualquier parte del mundo está exento de hacer una planeación y que a los muy pocos minutos la estrategia le salga mal y se le desbarajuste por cualquier razón. Lunari se la jugó con dos pelaos por los extremos (a Daniel Torres lo puso en un puesto que no es el de él) y el asunto no le salió como pretendía. Esas cosas pasan. Le pasó a Pékerman en Barranquilla contra Chile cuando ensayó con Estefan Medina, y el primer tiempo cerró 0-3 a favor de los australes. Esas cosas pasan.

Pero lo que es inconcebible, y ahí es donde a uno le quedan dudas sobre la capacidad como técnico que pueda tener Lunari, es que no haya advertido que por la derecha; izquierda de Millonarios, el DIM hacía de todo. Hacía lo que le venía en gana.

El gol que abrió el partido llegó tras un centro desde ese costado, cuando apenas iban 7 minutos. Pero lo increíble es que antes del empate de Millonarios, por ese mismo costado, el Medellín generó otra opción de gol: Hernández estrelló un balón contra el poste, pero Lunari ni se ‘mosqueó’. Dicho de otra manera, fue un campanazo más de alerta, el más sonoro, y sin embargo Lunari no fue capaz de recomponer. Inclusive con tiempo de sobra para hacerlo. Por supuesto, muy a pesar del empate, Hernán Torres siguió explotando el costado derecho de su equipo hasta conseguir el segundo gol. Y si bien el centro del balón de esa jugada llegó por el costado opuesto, lo que muestra la película es simplemente que son ‘el Leticiano’ y el muchacho Torres –jugadores por izquierda- los ‘espectadores’  más cercanos a Ezequiel Cano, cuando el argentino la está guardando en el arco de Delgado.

Pero mientras que, por ejemplo, Pékerman -en el ya citado juego contra Chile- se movió y sacó a Medina (ya se sabe que la historia tuvo un final feliz), Lunari en el entretiempo no actuó en consecuencia, pese a que no tenía tres sino un solo gol en contra de diferencia. Lógicamente Hernán Torres siguió apostando por la misma fórmula: atacar la zona desguarnecida y despejada de Millonarios.

Como consecuencia de eso llegó el tercer gol del DIM, por ese costado; y el cuarto, tras un centro de Madrugo, desde luego con origen en el mismo lado. Por si había dudas.


Y para colmo de males, los cambios de Lunari, además de haberlos hecho a destiempo, no funcionaron. Y digo no funcionaron como para no volver en tema de discusión el asunto de si fueron acertados o no. Nunca entendí por qué dejó en la cancha al peruano Andy Polo, y sacó al muchacho Anderson Plata. Tampoco por qué, con tantos problemas de creación –porque Mayer necesita socio-, no echó mano más temprano de Omar Vásquez.

En todo caso, en esencia, el problema fue otro. Ojalá que sólo haya sido un mal día entre todos los días para Lunari, y no un mal Lunari para todos los días. Dudo que así sea.

3' de adición: El juveniel Gabriel Díaz parece demostrar buenas bases técnicas cuando va arriba a cabecear.
El chileno Sebastián Pinto no merece ningún comentario. Hay que verlo más minutos.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Televisor tailandés

Todo indica que Millonarios empezó a retornar a la época en la que era conocido como un ‘televisor tailandés’. No hay técnico que lo arregle.

Y es que se acaba de conocer que el técnico español Juan Manuel Lillo no sigue dirigiendo al conjunto embajador, razón por la cual –muy seguramente- empezará el desfile de técnicos (algunos en propiedad y otros como encargados) para arreglar un equipo que, como un mal televisor, tiene cables viejos, fusibles de poca duración y que en últimas termina siendo un estorbo; tan importante como para ser vendido a aquellos ‘parroquianos’ que pasan por los barrios, megáfono en mano, comprando vetustos electrodoméstico. Si están dando hasta $25 mil pesos por un viejo nevecón, al que después le meten hacha, ¿en cuánto se cotiza un televisor tailandés?

Retomo. El problema es que con o sin Lillo (a quien muchos acusarían de impostor por ser la reencarnación del mismísimo Francisco de Quevedo y no un referente de ‘Pep’ Guardiola) o con Reinaldo Rueda, o Falcioni, u Otero, o Américo Gallego, o Burruchaga, o con cualquier otro técnico que le pongan a Millonarios, salvo una poesía burlesca –muy a lo Quevedo-, es muy poco lo que se puede hacer con la nómina actual. A lo sumo, un ‘mano a mano’ de sonetos contra César Vallejo, nada más.

Muy a pesar de la estrella 14 obtenida hace dos años, han pasado más de tres –y hasta más años- sin que haya sido posible tener un lateral izquierdo de categoría, Robayo se va a jubilar en Millonarios sin advertir que aún juega, patea y corre como futbolista amateur, y por si fuera poco, cuando la hinchada reclamaba un atacante acosador, punzante y que la metiera con furia y ganas como Dayro Moreno, la dirigencia, en su confusión, apuntaba sus esfuerzos a contratar a un futbolista condenado por delitos sexuales en España. Si estuviera con vida Sigmund Freud, sería todo un caso de estudio para él en el campo del sicoanálisis de la dirigencia futbolística.

Lo que molesta no es que no haya un lateral que no pueda levantar un centro porque, por supuesto, todavía no levanta la cabeza y entonces lo primero es un imposible. Lo que molesta es el tiempo que ha pasado y la dirigencia ni se pellizque.

Las contrataciones han sido fatales. Unas, porque no se articulan con la realidad de las finanzas de los equipos del fútbol profesional colombiano, y otras, por física ineptitud e irrespeto con la hinchada más grande del país.

El caso del camerunés M’bami es ejemplo del primer problema. Muchos opinan que M’bami no era más que los que estaban en el club y no marcaba gran diferencia. Otros, que era un jugador práctico, simple. Tan primitivo como para aflorar el menos común de los sentidos: el sentido común. Que con su simpleza hacía gala de su nombre. Modeste M´bami era consciente de sus limitaciones y por ello sabía que no podía jugar a creerse Tony Kross (como a veces le pasa a Juan Esteban Ortiz). Entonces el volante africano recuperaba el balón, la tocaba y se iba. Eso es un indicio de inteligencia. En últimas y sin mucho adorno pero muy modesto, M’bami terminaba poniendo en práctica en la cancha lo que un hincha de cualquier equipo del mundo –incluidos los de barrio- reclama cuando ve un partido: ‘haga la fácil’. Y él hacía la fácil. Lo que recuerdo de M’bami es un gol (de pena máxima en una definición por penales), un pase gol (contra Alianza Petrolera) y ninguna expulsión.

Pero más allá de eso, por bueno o por malo, pagarle 500 millones de pesos al año a un jugador en el fútbol colombiano es sencillamente insostenible. Modeste M´bami era un jugador inviable, pero terminó siendo contratado. Mejor dicho, fue ponerse a gastar más (pagarle al africano) de lo que se tenía (lo que entraba por taquilla). Con esa cifra no alcanza la compensación.

¿Cuánta responsabilidad le cabe al tristemente célebre Portolés? ¡Mucha! Dejó a Millonarios hecho un muladar. Pero no fue solo él. Fue un asunto en general de los de arriba, que cumplieron un muy deficiente papel en cuanto a selección de jugadores.

En efecto, la contratación del delantero brasileño Wesley López evidenció una torpeza monumental, que es lo segundo. Y la explicación es más simple que el modo de jugar de M’bami. Si hay una posición en el fútbol en la que se espera movilidad y dinamismo, es la de delantero. Pero en el Campín, al referirse al brasileño, solo se atinaba a decir que se movía más un cactus en el desierto que él. Contrataron a ciegas. Lópes marcó un gol, contra Medellín, después de que le ‘lloviera’ un balón y le pegara en alguna parte del cuerpo diferente al brazo. Qué más se puede decir.

Tres cosas parecen ciertas:
A la fecha, Lillo se va dejando a Millonarios con un cupo a la Libertadores del próximo año por reclasificación.
También que, por los jugadores que hay, queda la incertidumbre de saber si el modelo europeo, específicamente el de Lillo, servía en Colombia con Millos. Con jugadores suficientes y buenos se habría podido saber si el 'alter ego' de Quevedo servía más como técnico que como poeta. Pero es evidente que la afición al fútbol en Colombia se quedó con la versión lírica de Lillo y no con la versión de estratega.
Y que hay que contratar jugadores de primer nivel porque Millonarios no solo será como un televisor tailandés, imposible de reparar para cualquier técnico, sino además como un ‘hijo de padres separados’: un domingo lo paseará uno, al siguiente domingo lo paseará el otro. Nacional y Santa Fe ya lo hicieron.

3’ de adición: ¿Será que la fotografía que acompaña la nota ‘Con el grupo completo, Selección Colombia trabajó en Miami’ (en eltiempo.com) da cuenta del sentir de James Rodríguez en el Real Madrid? La imagen hace sospechar que algo en Europa no lo tiene tan cómodo. Contrario a sus compañeros en la fotografía, incluido Falcao, todo indica que la mente del goleador de la copa del mundo no está en el chiste. ¿Estará pensando en lo que Ancelotti piensa de él? El lenguaje corporal siempre dice más que cualquier otro.

lunes, 18 de agosto de 2014

Manual para caminar entre cadáveres

El frenazo de un carro es acompañado de un estrépito. Dos hombres, guiados por una sucesión veloz de golpes inciertos, corren desde una casa hacia la calle donde perciben con más claridad el aullido lastimero de un perro recién atropellado. Quedan frente al animal, tres segundos después de escuchar el rechinar de llantas del vehículo de un conductor fugitivo.

“Es el perro de los Warton. Ve y avísales mientras trato de salvarlo”, dice uno de ellos, el político Frank Underwood a su escolta, antes de poner  fin a la existencia del desgraciado animal. Su guardaespaldas se va y su jefe queda solo con el perro. “Hay dos tipos de dolor, el dolor que nos fortalece o el dolor inútil. No tengo paciencia para las cosas inútiles. Los momentos así requieren a alguien que actúe, que haga lo desagradable, lo necesario,” sentencia Underwood, haciendo un ademán de estrangulamiento sobre el canino antes de escucharse un crujido mortal. “Listo. No más dolor”, concluye.

Con esa escena arranca 'House of Cards', la exitosa serie de Beau Willimon transmitida por Netflix y protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright (Jenny en Forest Gump), sobre la ambición frenética de poder encarnada en Underwood (Spacey).

Por ahora, los televidentes nos hemos quedado con apenas dos temporadas, que sin embargo han alcanzado para mostrarnos a un personaje sin escrúpulos, mitómano, fríamente calculador, asesino y provocadoramente perverso que, con arrogancia inagotable y “amable insolencia” (como lo describe la revista GQ en su número de junio), deja en cada capítulo lo que parece ser el manual de quien aspira a detentar el poder hasta la muerte y a cualquier costo. Todo un tratado para quien desea gobernar, y que -como lo entiende Vargas Llosa- a veces exige mancharse discretamente de sangre.

“Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres”, le recuerda a Urania la tía Adelina Cabral, en la novela ‘La Fiesta del Chivo’, del nobel peruano.

De entrada y con la vida de un animal en sus manos, Francis Underwood nos regala un entremés de la que será su maquiavélica condición a lo largo de las dos temporadas, en las que en cada capítulo, con sus reflexiones directamente al televidente –y que llegan con insospechada convicción (¿no es delicioso pues el poder?)-, termina acreditándose –una vez más- algunas máximas del arte de gobernar, y de la esencia y personalidad de los que se desvelan, mueren o matan por las ansias de poder.

“Las finanzas son las armas. La política, saber el momento exacto para dispararlas”, le recuerda Lucchessi a Vincent (sobrino de Michael Corleone) en ‘El Padrino 3’. Y sobre los políticos, uno de ellos le dice al analista de la CIA Jack Ryan (Alec Baldwin) en la película ‘A la caza del octubre rojo’, “no puedo hablarle así a los militares doctor Ryan. Debe hacerlo usted. Entienda que soy un político. Que si me acerco a jugar con un bebé, lo que en realidad estoy haciendo es quitándole su biberón”.

Así como Nicolás Maquiavelo lo hizo con ‘El Príncipe’ en 1531, Frank Underwood (Francis para su esposa) entrega en la actualidad, con estos disparos y estos atracos a la cuna de un bebé, este manual de la ambición. Todo un surtido de lecciones a los adictos irredentos al poder:

"Es un gran error escoger el dinero por sobre el poder. El dinero es la gran mansión en Sarasota (en La Florida, EE.UU.), que comienza a derrumbarse a los 10 años. El poder es el antiguo edificio de piedra que dura siglos. No puedo respetar a alguien que no ve la diferencia". 
"Nunca bofetees a un hombre mientras mastica tabaco".
"Las decisiones basadas en la emoción no son decisiones en lo absoluto. Son instintos".
"La especulación es una pobre forma de inversión. Y una forma de política igualmente pobre".
"Nunca trabajes en un lugar donde no estés dispuesto a que te despidan".
"La gente adora a quien no es favorito y adora a quienes se ponen de pie tras una caída. Si se combinan estas dos situaciones es una narrativa muy poderosa".
"El Presidente es como un árbol en un campo desierto: voltea para donde sopla el viento".
"Cuando de negocios se trata, la letra menuda es más importante que el precio de venta".
"Si no hiciéramos nada que no debamos, nunca nos sentiríamos tan bien al hacer las cosas que debemos".
"Evita guerras que no puedas ganar y no ices tu bandera por causas tontas".
"El camino hacia el poder está pavimentado de hipocresía y víctimas. Nada de arrepentimiento".
"Hay que tener en cuenta que la Opinión Pública no es licenciada en Derecho".
"El corazón puede asfixiar la mente cuando toda su sangre fluye nuevamente hacia él".

3’ de adición: El nombre de esta columna se inspiró en una de las frases de Underwood, hablando sobre lo que debe hacer un político cuando es atacado por otro, pues no es más que un pugilista arrinconado. “Cualquier boxeador que se precie sabe que cuando está contra las cuerdas debe combinar un golpe bajo con un gancho a la mandíbula”.

martes, 5 de agosto de 2014

De cosquillas brutales y otras payasadas

Todo indica que a los payasos se les acabó el repertorio. Y el gremio, del que uno tiene la ligera sospecha que está en crisis, entró en una mayor. En otras palabras, que estaba en ‘Guatemala’ y ahora en ‘Guatepeor’: La gente, ya sea porque no quiere o porque no puede, no se ríe.

Y entonces por eso una asamblea. Cerca de 200 payasos centroamericanos confluyeron en una convención. Organizaron en la capital guatemalteca una cumbre -como si se tratara de jefes de Estado tratando políticas de fronteras o el cambio climático-, para discutir nuevos ‘performance’ que hagan reír a la humanidad.

La información la trae el portal Lifestyle, reproduciendo un cable de la agencia EFE. ‘Payasos de A. Latina se reúnen y desarrollan nuevas estrategias para hacer reír’. No es un chiste. Se trata de un asunto tan serio que parece imposible.

En efecto, un surtido de bombas cae sobre la franja de Gaza y los muertos se cuentan por miles. Centenares son niños. Al norte de allí, cruzando el Mar Negro, la confrontación en Ucrania despide un misil que derriba un avión Malasio en el que iban cerca de 300 viajeros; la tierra se sacude en China y cobra la vida de casi 500 almas; al otro lado del océano, 170 mil personas de una ciudad colombiana cumplen 1.150 días sin tener agua potable; y más… La gente no tiene motivos para reír, y les toca a los payasos entonces arrancar con su simposio pro carcajadas.

La cuestión es que el problema parece de esencia. El payaso desapareció del circo, por supuesto, porque el circo desapareció (o por lo menos cada vez hay menos), pero también está en vía de extinción su  permanencia en las puertas de los restaurantes ofreciendo un ‘corrientazo’. Y en todo caso, no hace reír pregonando un seco de lentejas o garbanzos.

Por un lado, Clarence Finlayson, filósofo chileno de origen escocés, dijo que Jesucristo, por ejemplo, no podía reírse de la comicidad de los seres humanos; y que si se confinaba solitario en algún lugar y no estaba rezando era -a lo sumo- para sonreír pero no para reír. Debe ser por eso que ni en la televisión (ni en épocas de la Semana Santa u otras), ni en el evangelio dominical aparece en la mente el Santo Padre risueño o poseído por el júbilo. Puede que exista, pero no resulta fácil tener memoria de una carcajada de Jesucristo.

Por otro lado, esos hombres de pin-pon en la nariz parecen esconder sendas dosis de melancolía tras sus cosméticos. Dan la sensación de ser buenos, honorables y caritativos, pero también de vivir en la tristeza, la depresión y la soledad. “También pensé en las alcantarillas en las que tenía que dormir algún día”, describe Schnier, el desencantado personaje de ‘Opiniones de un payaso’, del nobel de literatura Heinrich Böll.

De niño, mi sentir era que la pantomima de los payasos de Animalandia, aún con el alegre Pacheco a bordo, era hecha por payasos que refugiaban hombres malgeniados y en el olvido en esos trajes de retazos. Tal vez por todo esto es que resulta habitual aquel aderezo visual de la lágrima en la máscara del payaso.

Hay que reír por el contraste o la desproporción de quién sabe qué. Y es que es tan excesiva la corrupción y la desgracia, que a estas alturas produce cierta confusión poner a un payaso en esos menesteres de hacer reír.

Recuerda el escritor portugués Eca de Queiroz en ‘la decadencia de la risa’, que esta se acabó porque la humanidad se entristeció. Y que si “por acaso alguien, por profesión tradicional como los payasos, o por contraste, o por nostalgia de la antigua alegría, desea resucitarla, procura hacer reír al mundo, solo consigue arrancarle tal o cual risa cascada, corta, áspera, rechinante, casi dolorosa, que parece resultar de cosquillas brutales hechas en los pies de un enfermo”.

La cumbre de payasos parece tener el fin de hacer esas cosquillas. Solamente que ellos deben hacérselas a una sociedad de enfermos terminales.

jueves, 31 de julio de 2014

Mejor, no bregar

Resulta acertada la decisión de la Junta Directiva de Millonarios de revertir la posible contratación del futbolista español Braulio Nóbrega, como consecuencia de sus antecedentes penales.

Pero más acertada le pareció al equipo Patriotas, de Boyacá, que terminó contratándolo.

La gente de Patriotas dirá –como muchos- que este ciudadano español ya fue condenado, que ya se puso al día con la justicia de su país, que sus líos judiciales son cosa del pasado y hasta que, seguramente con razón, todo mundo tiene derecho al trabajo. Y entonces, ¿de qué le sirve a un futbolista encartado con la justicia (o a cualquiera) arreglar sus líos ante la ley si no va a poder jugar (trabajar) por culpa de su pasado?

Pero para las directivas de Millonarios era mejor no bregar con Nóbrega.

Tras la experiencia del país por el caso de Hernán Darío Gómez, quien sumergido en el licor le pegó a una mujer, hecho que le costó su puesto de técnico en la Selección Colombia de Fútbol, las directivas de Millonarios le apuntaron a la prudencia: darse ‘la pela’ de no contratar a quien puede ser un buen empleado, en vez de arriesgarse y tener que salir a dar explicaciones en un futuro de por qué, con conocimiento, contrataron a una mala persona.

Ya se sabe la indignación que produjo en el país, y especialmente en las mujeres, el comportamiento del ‘Bolilllo’. Y si esa sanción social marcó también la salida de Hernán Darío Gómez, ¿cómo pretender que una sociedad pase por alto, especialmente las mujeres colombianas y específicamente las hinchas de Millonarios, un comportamiento como el del futbolista español? Complicado. Y sin contar cómo va a ser visto por sus compañeros de Patriotas que tienen madre, esposa e hijas. ¿Se tragarán algunos sapos los dirigidos por Harold Rivera?

Una agresión física o una agresión sexual es, en todo caso, una agresión. Aunque no puede ser disculpa, no es lo mismo actuar en sano juicio que hacerlo bajo los efectos del licor como le ocurrió a Gómez. Lo otro es que a la luz de las informaciones Braulio Nóbrega parece, cuando menos, un ciudadano problema que arregla los líos con dinero. El futbolista pagó una multa de 12.600 euros para quedar a paz y salvo con la ley.

Braulio acepta ser condenado por abusos sexuales, tituló tras la condena el diario español Marca, hace dos años, reproduciendo un cable de la agencia EFE. Ya son nueve las denuncias contra Braulio por abusos, reprodujo por su parte el deportivo AS en octubre de 2011, un mes después de que el jugador fuera capturado en pleno entrenamiento.

La prensa que siguió el expediente del futbolista español describió hechos como el de masturbarse dentro de un carro y ‘pedirle’ a una mujer que lo observara, o ufanarse ante otra mujer por haberle “tocado una teta”, entre otros.

Mientras que el caso del ‘Bolillo’ podría interpretarse eventualmente como una deplorable, grave y reprochable actitud marcada en parte por unos tragos de más, pues hasta ahora no hay certeza de que le haya propinado nueve golpizas a la mujer del caso por el que cayó en desgracia o a otras más, actuaciones como las de Braulio Nóbrega, por lo reiterativas, más bien parecen comportamientos patológicos. Sintomáticos. De un patán de bajísima estofa.

Lo cierto es que tanto en un caso como en el otro, comportamientos así no atañen exclusivamente a los clubes y terminan impactando más allá de sus fronteras corporativas. Basta con leer varios de los comentarios de los foristas españoles tras la condena a Nóbrega:

“No deberían de mencionar ningún club de futbol en donde este tío ha jugado por respeto a los clubs y sus aficiones”.
“Que se hubiera dedicado a jugar y salvar a su equipo y no a lo que hace de un hombre un ‘Kbronazo’”.
“Pues suena fuerte para Hércules y Sporting de Gijón. Yo por mi parte espero que no venga aquí pero Mandia ya ha hablado con él y todo”.
“Pena de tío por no decir otra cosa. Yo para mi vestuario no lo querría ni regalado”.
“Por favor, que horror, el pobre Braulio se va a arruinar económicamente. Qué asco de justicia en España, violadores sexuales sueltos, la panda de banqueros ladrones y estafadores cobrando sus millonarias pensiones”.
“Me parece que le hicieron una buena encerrona entre abogados y policía, y que al final ha tenido que pagar de su bolsillo para poder pasar página rápidamente.... Si paga su pena es libre, ya cumplió con la justicia y puede jugar y ya está...tan simple como eso. Mucha suerte Braulio”.

Habrá que ver cómo le va a Patriotas manejando a este delantero travieso.

La sociedad Azul y Blanco le apuesta a evitar los impactos negativos contra su reputación y finanzas una contratación así (nadie puede asegurar que muchas aficionadas no van a dejar de ir ni de pagar boleta por este asunto), más allá de lo futbolístico.

Las directivas de Millonarios consideraron que era pertinente cortar por lo sano: mejor no contratar a un goleador, que tener que salir a explicar -a la vuelta de la esquina- por qué el club más importante de Colombia contrató a un depravado conocido, capturado en TransMilenio por una de las agentes del escuadrón anti pervertidos de la policía de Bogotá, por andar manoseando a una jovencita en un articulado.

Y eso sin contar los dolores de cabeza que el jugador le habría causado a la Policía. Vaya uno a saber si el delantero iba a salir corriendo por la estación, le tocaba a un uniformado hacerle ‘la zancadilla’ con la pistola de descarga eléctrica Taser, y el futbolista se hubiera infartado.


Ojalá que la ciudad de Tunja, la mujer boyacense y Colombia en general representen un nuevo aire para Nóbrega, si es que algo queda de su turbio pasado. Mejor lamentar la no llegada de un goleador, que lamentar las goleadas que día a día propinan unos cuantos contra la dignidad de las que nos traen al mundo.

lunes, 21 de julio de 2014

Cada gol con su adjetivo

Lo que desde hace una semana era ‘extraoficial’, se hizo oficial en la mañana de hoy: ‘James Rodríguez marcó el mejor gol del Mundial Brasil 2014’, sentenciaron cerca de cuatro millones de internautas.

En efecto, desde hace una semana, recién acabado el campeonato del mundo en Brasil, empezaron a circular una serie de mensajes invitando a votar, a través de Internet, por la primera anotación del colombiano contra Uruguay, en octavos de final, como la mejor del torneo. No voté.

Y no lo hice porque me puse a pensar -y a preguntarme- si en verdad hubo un mejor gol que ese en el torneo. Honestamente, la respuesta que me di era que no. También, que todas las cualidades, calificativos y demás atributos que se le pudieran dar a esa anotación quedaban agrupadas con ese solo adjetivo. Espectacular, bonito, de colección, una pintura, ¡qué joya!, malabar, arte puro de museo traído desde potrero de barrio. ¡El mejor!

James repentizó como un mago. La grabación de la celebración en el banco colombiano quedará como la prueba de que el último en maravillarse de aquel gran truco en el Maracaná fue el técnico Pékerman, quien reacción tres segundos después que el resto de la humanidad ante la magia.

El voto ayudaba, porque al fin de cuentas la FIFA acudió a esa metodología como forma de elección. Era democrática y James lo agradeció a través de su cuenta en Twitter. Pero hubo tantas cosas buenas en ese gol, que –en lo personal- lo hacían inobjetablemente el mejor y mi voto sobraba. (¿Sintió que el suyo sobraba también, así fuera por un instante?).

El narrador uruguayo repitió cinco veces la palabra golazo. El comentarista –también uruguayo- habló de distracción de la defensa y después acusó al portero Muslera diciendo que (el remate) “lo puedo haber contenido”. Luego reflexionó y corrigió: “no, no estaba tan distraído. Iba muy alto. Era difícil”, concluyó. Su patriotismo le hizo no llamar algo por su nombre porque, para complacencia del mundo futbolístico y del colombiano de a pie, alcanzar específicamente ese balón no era difícil sino imposible. Como si un sorprendido televidente-espectador, después del artificio, presumiera desenmascarar al mago aplaudido frente al televisor de la sala de su casa.

Como ya se dijo, el gol del colombiano encerraba la esencia de lo que tuvieron otras anotaciones que compitieron en esa elección a través de la red.

Así, el zurdazo de James fue la película ganadora. Pero como en los premios Oscar, bien vale la pena hacer algunas menciones de estatuillas por categoría, porque cada gol tiene su adjetivo.

No es casualidad que el primero de Robin Van Persie contra España haya sido seleccionado el segundo mejor. Si hay que hablar de un gol estrictamente bonito, ese es el del holandés. Los Dioses del buen fútbol movieron sus hilos desde el cielo, sostuvieron a Van Persie en el aire como una marioneta, procuraron que diera el golpe de gracia con la cabeza y aterrizaron con suavidad a aquel mortal sobre el césped del Arena Fonte Nova para que celebrara sin saber sobre la ayuda divina, como también ocurría con los mortales de la epopeya griega.

El gol espectacular corrió por cuenta del australiano Tim Cahill. El primero contra Holanda. También en el top de los mejores, al punto de tener similitudes con el de James: zurdazo perfecto, sin dejar picar el balón en tierra y cuya bola también pegó en el horizontal. Fue un balazo al corazón holandés cargado de furia y precisión.

Perfecto. Ese calificativo le queda al tercer mejor gol del Mundial votado por los internautas (el cuarto de Colombia contra Japón), por la definición de James Rodríguez: sutil, elegante; de un jugador con sensibilidad en el botín. Además de haber sido una jugada colectiva magnífica, en la retina queda el ‘engaño’ del 10 colombiano, que con la finta llevó al defensa japonés a revisar algún reactor de Fukushima. Si, lo sacó del estadio.

Seguramente habrá adjetivos para cada uno de los 171 goles marcados en Brasil. Para un ghanés fueron mejores los goles de su selección ante el campeón del mundo. Quizás haya goles incomparables. ¿Cuál competiría con el de David Luiz contra Colombia, por ejemplo, si hubo tan pocos de esas características? Espectacular, fabuloso, tiro libre perfecto. De otros, posiblemente, resulte mejor calificar las jugadas. Los contragolpes que acaban en gol, por su componente de velocidad, vértigo y exactitud, suelen ser electrizantes. Así, el quinto de Holanda contra España (segundo en la cuenta personal de Robben) merece la distinción de ‘sensacional’.

Después de todo, a James solo le faltó ganar la copa del mundo. Hasta una amarilla se ganó.


3’ de adición: Para seguir hablando de estatuillas, pero no de goles, el Oscar a mejor actor podría ser para Fred.

viernes, 18 de julio de 2014

De arqueros, técnicos y el carácter argentino


Más allá de lo obvio (el tema James y la Selección), vale la pena hacer un repaso por lo mejor y lo no tan bueno que dejó el Mundial concluido ayer en Brasil.

Dejó un merecido campeón, Alemania, selección contundente, madura, respetuosa y que, con un fútbol serio, venció a una Argentina de menos fútbol, que llegó hasta la final por puro carácter.

En efecto, nos dejó una Argentina que avanzó paso a paso en medio de los afanes y la angustia. No es casualidad que partido a partido Argentina no haya ganado con unas monedas sino simplemente con un centavo más que su rival: 2-1, contra Bosnia; 1-0, contra Irán; 3-2, contra Nigeria; 1-0, contra Suiza y 1-0, contra Bélgica. Por si las dudas. Naturalmente, cuando se juega conteniendo la respiración, no era descabellado pensar en una derrota por la mínima diferencia como ocurrió ayer en el Maracaná. El 0-0 frente a Holanda solo era un aspecto más de lo mismo, donde lo que predominó en la cancha no fue la intención de marcar, sino la disciplina y concentración para evitar equivocarse. Menos paranoia había en la Guerra Fría que en las defensas de aquel partido a mitad de semana. Y así salió el juego: tenso.

Pero la Selección de Sabella, que no tenía tanto fútbol, y que perdió todavía más el ‘poco’ que tenía con la lesión de Di María, de lo que sí estaba hecha era de carácter, la doble tracción de ese equipo. Así empezaba a ponerse al descubierto en etapas incipientes del Mundial cuando, en una jugada en defensa, contra Bosnia, Marcos Rojo rechazó un balón peligroso en el área con una rabona. Sólo la arrogancia del carácter permite jugadas de ese corte: que un defensa, en el área, en un Mundial se adorne para despejar un balón, solo es comparable con el carácter del danés Peter Schmeichel, quien quitó la barrera para que le explotara en las manos una de esas bombas que lanzaba el brasileño Roberto Carlos. Sin duda alguna, otra de las magníficas arrogancias que deja el fútbol, esa vez en el Mundial de Francia 98.

Para cerrar el capítulo Argentina, el Mundial finalizado ayer dejó una fastidiosa visión de la FIFA. Y es que la entrega del balón de oro a Lionel Messi, más que una insensatez, resultó ser un auténtico insulto contra el jugador argentino, que en todo caso no es culpable por estar nominado. Razón no le falta al respetado jurista Rodrigo Uprimny cuando se pregunta (reclama) si vale la pena un Lutero en el seno de la FIFA, y razones y sensatez le sobraron ayer al 10 argentino, cuando se despojó con rapidez de lo que en sus manos parecía ser una flamante limosna. Quizás ese premio lo mortificó más que la derrota.

Brasil 2014 resultó ser, como ninguno, el Mundial de los arqueros. Además del campeón Manuel Neuer, que como un buen gerente tomó decisiones, buenas o malas pero nunca dubitativo (ayer lo sindicaron de un penal contra Higuaín –¿y qué?), Navas (Costa Rica), Enyeama (Nigeria), M'Bolhi (Argelia), Ochoa (México), el mismo Bravo (Chile) y uno más que aparece en el último párrafo de este escrito también fueron estelares. Nunca extras. Siempre protagonistas.

Otro capítulo especial podría ser para los técnicos Jorge Luis Pinto, Néstor Pékerman y Louis Van Gaal. Aplausos merece el estratega colombiano porque llevó a un equipo modesto a cuartos de final y lo sacó ‘invicto’. Y Pékerman y Van Gaal –quizás- pudieron haber dado cátedra de cohesión de grupo. El técnico argentino puso a 22 de los 23 jugadores que dirigió. El holandés, a sus 23. Sin duda alguna, entendieron el sistema. Para cerrar el capítulo de los técnicos, sólo queda anotar que si Marcos Rojo hizo un adorno en lo operativo, Van Gaal lo hizo en lo estratégico. El cambio de arquero exclusivamente para atajar penales resultó una movida brillante contra Costa Rica, tan inesperada como un submarino atómico boliviano. Por supuesto, quien en el combate no espera una máquina así, está condenado no solo a perder en lo naval sino también la guerra. Holanda le iba a ganar al que fuera: Tim Krul, su portero talismán, era el inesperado submarino boliviano.

Vale la pena decirles a quienes consideran que una selección como Costa Rica le bajó el nivel al torneo, que lo que realmente le bajó la calidad al Mundial fue -en general- el fútbol mostrado por el equipo anfitrión, y específicamente el mostrado por Brasil contra Colombia. El rosario de patadas repartidas por Brasil en aquel partido fue –honestamente- más vergonzoso que el rosario de goles que les convirtieron los alemanes. Lo que pasa es que suele suceder que 7 goles -estadística y futbolísticamente- tienen el poder de disfrazar cualquier otra cosa.


Para concluir, mi equipo ideal estaría integrado por: 1) Tim Howard (USA), 2) Stefan de Vrij (HOL), 3) Vincent Kompany (BEL), 4) Mats Hummels (ALE), 5) Marcos Rojo (ARG), 6) Georginio Wijnaldum (HOL), 7) Toni Kroos (ALE), 8) James Rodríguez (COL), 9) Héctor Herrera (MÉX), 10) Arjen Robben (HOL) y 11) Karim Benzema (FRA).