Un poco
antes de que el mundo fijara la atención en el derribamiento de un avión de
combate ruso SU-24 por los turcos, y a la vuelta de la esquina en la cumbre
climática en Paris (COP21), las rotativas, portales e informativos aún
destilaban detalles de cómo varios terroristas del ‘EI’ sembraron el miedo en
la capital francesa tras asesinar a 130 personas.
Algunos
de ellos habían ingresado a ‘suelo galo’ al camuflarse entre centenares de
refugiados que huyen de conflictos en otras latitudes. Europa entró en pánico.
No sólo se encendieron las alarmas para endurecer los controles migratorios,
sino que además algunos países recularon en sus compromisos de recibir refugiados
(caso Polonia).
La
escena es similar a la que describe la nobel de literatura y escritora iraní
Doris Lessing, en su novela ‘Historia del
general Dann y de la hija de Mara, de Griot y del perro de las nieves’ (2006),
que narra la lucha de seres humanos por la supervivencia, en medio de un
planeta acorralado por las guerras y las catástrofes naturales: “Muy bien,
Griot, instalarás un puesto de control allí mismo, donde terminan los
barracones, para impedir la entrada de nuevos refugiados…” “…así pues, se
retirarían los precarios refugios de última hora y sus ocupantes deberían
marcharse, por las buenas o por las malas”, se lee en un aparte del libro.
Aunque reseñada
como “ficción especulativa”, la novela de Lessing relata eventos vinculados a
un tema que ha incidido –NO COMO CAUSA FUNDAMENTAL- en la historia de la
humanidad: la influencia del Cambio Climático (CC) en el apogeo y caída de las
civilizaciones. Por vía de ejemplo, “cálidos veranos y la consecuente reducción
de capas de hielo facilitaron que los escandinavos navegaran hacia el oeste
desde Noruega y colonizaran Islandia y luego Groenlandia antes de descubrir
América del Norte; condiciones climáticas secas afectaron a los ejércitos de
Gengis Kan en las estepas de Mongolia; durante el siglo XIX, entre 20 y 30
millones de campesinos que vivían en zonas tropicales murieron a causa de la
sequía”, etc., nos recuerda el antropólogo británico Brian Fagan en su libro ‘El gran calentamiento’.
Por
tanto, en un planeta con fenómenos climáticos cada vez más extremos y
frecuentes, no hay ninguna razón para no considerar la incidencia del clima en las
mutaciones o alteraciones del comportamiento de los seres humanos y las sociedades
que conforman.
Desde
hace un par de años, Colombia avanza en unos diálogos con la guerrilla de las
Farc para poner fin a un conflicto armado de más de medio siglo. No obstante, alcanzar
una paz sostenible en un contexto de minería ilegal, extracción minera a gran
escala con sus costos socioambientales, catástrofes ecológicas, deforestación
para cultivos ilegales, dependencia económica de los combustibles fósiles y una
compleja dinámica de fronteras por el tránsito de quienes buscan un mejor
bienestar, va más allá de la dejación de las armas.
En
efecto, la gestión del posconflicto supondrá una redefinición del papel de los
organismos de defensa y seguridad, pues las presiones causadas por el CC
podrían originar migraciones y tensiones sociales, génesis de probables tribulaciones
y de diversas formas de violencia.
En un
artículo titulado ‘Can the military save
us from climate change?’, aparecido en marzo del 2014 en el portal del
GreenBiz, que trata temas sobre la convergencia entre las tecnologías, los
negocios y la sostenibilidad, Joel Makower, su autor, refiriéndose a las
conclusiones de un informe del pentágono sobre el CC como ‘multiplicador de
amenazas’, se preguntaba ¿cuánto podemos aprender de los militares sobre la
preparación y la capacidad de recuperación (o resiliencia)? ¿Cuánto aprendizaje
podría derivarse del levantamiento de instalaciones militares autosostenibles
frente a diversas contingencias?
Nuevos
términos y nuevas categorías se afianzarán dentro del lenguaje mundial:
terrorismo ambiental, crímenes antropogénicos, refugiados climáticos, Corte de
Justicia Ambiental.
Así las
cosas, es hora de mirar el posconflicto colombiano como la gran oportunidad de
reenfocar los esfuerzos de seguridad y defensa -hipotecados al enfrentamiento
más prolongado del continente- en la protección de la casa común: el planeta.