El frenazo de un carro es acompañado de un estrépito. Dos hombres,
guiados por una sucesión veloz de golpes inciertos, corren desde una casa hacia la calle donde
perciben con más claridad el aullido lastimero de un perro recién atropellado. Quedan frente al animal, tres
segundos después de escuchar el rechinar de llantas del vehículo de un
conductor fugitivo.
“Es el perro de los Warton. Ve y avísales mientras trato de salvarlo”,
dice uno de ellos, el político Frank Underwood a su escolta, antes de poner fin a la existencia del desgraciado animal. Su
guardaespaldas se va y su jefe queda solo con el perro. “Hay dos tipos de
dolor, el dolor que nos fortalece o el dolor inútil. No tengo paciencia para
las cosas inútiles. Los momentos así requieren a alguien que actúe, que haga lo
desagradable, lo necesario,” sentencia Underwood, haciendo un ademán de
estrangulamiento sobre el canino antes de escucharse un crujido mortal. “Listo.
No más dolor”, concluye.
Con esa escena arranca 'House
of Cards', la exitosa serie de Beau Willimon transmitida por Netflix y
protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright (Jenny en Forest Gump), sobre la
ambición frenética de poder encarnada en Underwood (Spacey).
Por ahora, los televidentes nos hemos quedado con apenas dos
temporadas, que sin embargo han alcanzado para mostrarnos a un personaje sin
escrúpulos, mitómano, fríamente calculador, asesino y provocadoramente perverso
que, con arrogancia inagotable y “amable insolencia” (como lo describe la
revista GQ en su número de junio), deja en cada capítulo lo que parece ser el
manual de quien aspira a detentar el poder hasta la muerte y a cualquier costo. Todo un tratado para quien desea gobernar, y que -como lo entiende Vargas Llosa- a veces exige mancharse discretamente de sangre.
“Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres”, le recuerda a Urania la tía Adelina Cabral, en la novela ‘La Fiesta del Chivo’, del nobel peruano.
De entrada y con la vida de un animal en sus manos, Francis Underwood nos regala un entremés de la que será su maquiavélica condición a lo largo de las dos temporadas, en las que en cada capítulo, con sus reflexiones directamente al televidente –y que llegan con insospechada convicción (¿no es delicioso pues el poder?)-, termina acreditándose –una vez más- algunas máximas del arte de gobernar, y de la esencia y personalidad de los que se desvelan, mueren o matan por las ansias de poder.
“Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres”, le recuerda a Urania la tía Adelina Cabral, en la novela ‘La Fiesta del Chivo’, del nobel peruano.
De entrada y con la vida de un animal en sus manos, Francis Underwood nos regala un entremés de la que será su maquiavélica condición a lo largo de las dos temporadas, en las que en cada capítulo, con sus reflexiones directamente al televidente –y que llegan con insospechada convicción (¿no es delicioso pues el poder?)-, termina acreditándose –una vez más- algunas máximas del arte de gobernar, y de la esencia y personalidad de los que se desvelan, mueren o matan por las ansias de poder.
“Las finanzas son las armas. La política, saber el momento exacto
para dispararlas”, le recuerda Lucchessi a Vincent (sobrino de Michael Corleone) en ‘El Padrino 3’. Y sobre
los políticos, uno de ellos le dice al analista de la CIA Jack Ryan (Alec
Baldwin) en la película ‘A la caza del octubre rojo’, “no puedo hablarle así a
los militares doctor Ryan. Debe hacerlo usted. Entienda que soy un político.
Que si me acerco a jugar con un bebé, lo que en realidad estoy haciendo es
quitándole su biberón”.
Así como Nicolás Maquiavelo lo hizo con ‘El Príncipe’ en
1531, Frank Underwood (Francis para su esposa) entrega en la actualidad, con estos disparos y
estos atracos a la cuna de un bebé, este manual de la ambición. Todo un surtido
de lecciones a los adictos irredentos al poder:
"Es un gran error escoger el dinero por sobre el poder. El dinero es la gran mansión en Sarasota (en La Florida, EE.UU.), que comienza a derrumbarse a los 10 años. El poder es el antiguo edificio de piedra que dura siglos. No puedo respetar a alguien que no ve la diferencia".
"Nunca bofetees a un hombre mientras mastica tabaco".
"Las decisiones basadas en la emoción no son decisiones en lo absoluto. Son instintos".
"La especulación es una pobre forma de inversión. Y una forma de política igualmente pobre".
"Nunca trabajes en un lugar donde no estés dispuesto a que te despidan".
"La gente adora a quien no es favorito y adora a quienes se ponen de pie tras una caída. Si se combinan estas dos situaciones es una narrativa muy poderosa".
"El Presidente es como un árbol en un campo desierto: voltea para donde sopla el viento".
"Cuando de negocios se trata, la letra menuda es más importante que el precio de venta".
"Si no hiciéramos nada que no debamos, nunca nos sentiríamos tan bien al hacer las cosas que debemos".
"Evita guerras que no puedas ganar y no ices tu bandera por causas tontas".
"El camino hacia el poder está pavimentado de hipocresía y víctimas. Nada de arrepentimiento".
"Hay que tener en cuenta que la Opinión Pública no es licenciada en Derecho".
"El corazón puede asfixiar la mente cuando toda su sangre fluye nuevamente hacia él".
3’ de adición: El
nombre de esta columna se inspiró en una de las frases de Underwood, hablando
sobre lo que debe hacer un político cuando es atacado por otro, pues no es más
que un pugilista arrinconado. “Cualquier boxeador que se precie sabe que cuando
está contra las cuerdas debe combinar un golpe bajo con un gancho a la
mandíbula”.