Todo indica que Millonarios empezó a retornar a la época en
la que era conocido como un ‘televisor tailandés’. No hay técnico que lo
arregle.
Y es que se acaba de conocer que el técnico español Juan
Manuel Lillo no sigue dirigiendo al conjunto embajador, razón por la cual –muy
seguramente- empezará el desfile de técnicos (algunos en propiedad y otros como
encargados) para arreglar un equipo que, como un mal televisor, tiene cables
viejos, fusibles de poca duración y que en últimas termina siendo un estorbo;
tan importante como para ser vendido a aquellos ‘parroquianos’ que pasan por
los barrios, megáfono en mano, comprando vetustos electrodoméstico. Si están
dando hasta $25 mil pesos por un viejo nevecón, al que después le meten hacha,
¿en cuánto se cotiza un televisor tailandés?
Retomo. El problema es que con o sin Lillo (a quien muchos
acusarían de impostor por ser la reencarnación del mismísimo Francisco de
Quevedo y no un referente de ‘Pep’ Guardiola) o con Reinaldo Rueda, o Falcioni,
u Otero, o Américo Gallego, o Burruchaga, o con cualquier otro técnico que le
pongan a Millonarios, salvo una poesía burlesca –muy a lo Quevedo-, es muy poco
lo que se puede hacer con la nómina actual. A lo sumo, un ‘mano a mano’ de
sonetos contra César Vallejo, nada más.
Muy a pesar de la estrella 14 obtenida hace dos años, han
pasado más de tres –y hasta más años- sin que haya sido posible tener un
lateral izquierdo de categoría, Robayo se va a jubilar en Millonarios sin
advertir que aún juega, patea y corre como futbolista amateur, y por si fuera
poco, cuando la hinchada reclamaba un atacante acosador, punzante y que la
metiera con furia y ganas como Dayro Moreno, la dirigencia, en su confusión,
apuntaba sus esfuerzos a contratar a un futbolista condenado por delitos
sexuales en España. Si estuviera con vida Sigmund Freud, sería todo un caso de
estudio para él en el campo del sicoanálisis de la dirigencia futbolística.
Lo que molesta no es que no haya un lateral que no pueda
levantar un centro porque, por supuesto, todavía no levanta la cabeza y
entonces lo primero es un imposible. Lo que molesta es el tiempo que ha pasado
y la dirigencia ni se pellizque.
Las contrataciones han sido fatales. Unas, porque no se articulan
con la realidad de las finanzas de los equipos del fútbol profesional
colombiano, y otras, por física ineptitud e irrespeto con la hinchada más
grande del país.
El caso del camerunés M’bami es ejemplo del primer problema.
Muchos opinan que M’bami no era más que los que estaban en el club y no marcaba
gran diferencia. Otros, que era un jugador práctico, simple. Tan primitivo como
para aflorar el menos común de los sentidos: el sentido común. Que con su
simpleza hacía gala de su nombre. Modeste M´bami era consciente de sus
limitaciones y por ello sabía que no podía jugar a creerse Tony Kross (como a
veces le pasa a Juan Esteban Ortiz). Entonces el volante africano recuperaba el
balón, la tocaba y se iba. Eso es un indicio de inteligencia. En últimas y sin
mucho adorno pero muy modesto, M’bami terminaba poniendo en práctica en la
cancha lo que un hincha de cualquier equipo del mundo –incluidos los de barrio-
reclama cuando ve un partido: ‘haga la fácil’. Y él hacía la fácil. Lo que
recuerdo de M’bami es un gol (de pena máxima en una definición por penales), un
pase gol (contra Alianza Petrolera) y ninguna expulsión.
Pero más allá de eso, por bueno o por malo, pagarle 500
millones de pesos al año a un jugador en el fútbol colombiano es sencillamente
insostenible. Modeste M´bami era un jugador inviable, pero terminó siendo
contratado. Mejor dicho, fue ponerse a gastar más (pagarle al africano) de lo
que se tenía (lo que entraba por taquilla). Con esa cifra no alcanza la compensación.
¿Cuánta responsabilidad le cabe al tristemente célebre
Portolés? ¡Mucha! Dejó a Millonarios hecho un muladar. Pero no fue solo él. Fue un asunto en general de los de
arriba, que cumplieron un muy deficiente papel en cuanto a selección de
jugadores.
En efecto, la contratación del delantero brasileño Wesley
López evidenció una torpeza monumental, que es lo segundo. Y la explicación es más simple que el
modo de jugar de M’bami. Si hay una posición en el fútbol en la que se espera
movilidad y dinamismo, es la de delantero. Pero en el Campín, al referirse al
brasileño, solo se atinaba a decir que se movía más un cactus en el desierto que él.
Contrataron a ciegas. Lópes marcó un gol, contra Medellín, después de que le
‘lloviera’ un balón y le pegara en alguna parte del cuerpo diferente al brazo. Qué más se puede decir.
Tres cosas parecen ciertas:
A la fecha, Lillo se va dejando a Millonarios con un cupo a
la Libertadores del próximo año por reclasificación.
También que, por los jugadores que hay, queda la
incertidumbre de saber si el modelo europeo, específicamente el de Lillo,
servía en Colombia con Millos. Con jugadores suficientes y buenos se habría podido saber si el 'alter ego' de Quevedo servía más como técnico que como poeta. Pero es evidente que la afición al fútbol en Colombia se quedó con la versión lírica de Lillo y no con la versión de estratega.
Y que hay que contratar jugadores de primer nivel porque Millonarios
no solo será como un televisor tailandés, imposible de reparar para cualquier
técnico, sino además como un ‘hijo de padres separados’: un domingo lo paseará
uno, al siguiente domingo lo paseará el otro. Nacional y Santa Fe ya lo hicieron.
3’ de adición: ¿Será que la fotografía que acompaña la nota ‘Con el grupo completo, Selección Colombia
trabajó en Miami’ (en eltiempo.com) da cuenta del sentir de James Rodríguez
en el Real Madrid? La imagen hace sospechar que algo en Europa no lo tiene tan
cómodo. Contrario a sus compañeros en la fotografía, incluido Falcao, todo
indica que la mente del goleador de la copa del mundo no está en el chiste. ¿Estará
pensando en lo que Ancelotti piensa de él? El lenguaje corporal siempre dice
más que cualquier otro.
Qué buena metáfora la del televisor tailandés, no sólo aplicada a la crisis que atraviesa Millonarios, sino a todos esos aparatos burocráticos del gobierno, la Contraloría, por ejemplo, modelo de clientelismo y mermelada. Uno sabe que existen como un decorado, como el peluche que le ponían las mamás, con carpeta tejida en croché, al mueble del televisor en desuso, pero que no sirven para nada. Sólo de estorbo. De esos aparatejos sociales estamos hasta la coronilla. Ni hablar de los marca Nule. Concisa y divertida columna.
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